viernes, 31 de diciembre de 2010

Mi capacidad de asombro no tiene límites. Ayer, mirando la televisión escuché una noticia que me dejó impresionado: “Más de un millón de matrimonios han cobrado el cheque bebé desde la implantación de éste”. Es decir, traducido al román paladino, teniendo en cuenta que cada cheque-bebé supone 2.500 Euros, el Estado se ha gastado 2.500.000.000 millones de Euros (tal, como suena: DOS MIL QUINIENTOS MILLONES DE EUROS) y, por favor, no trate de traducir el Euro a Pesetas porque posiblemente no sabrá pronunciar tamaña cifra.

Si el pago que hemos soportado todos, es decir TODOS, a costa de pagar nuestros impuestos hubiera generado más riqueza, más igualdad o más satisfacción…, pues…, hasta podríamos entenderlo. ¡Pero no!, en la mayoría de los casos (una gran mayoría) ha ido destinado a inmigrantes que acreditaran su permanencia en España durante más de dos años (imagínense el número) y otra gran parte ha sido destinado a personas con carencia económica (como por ejemplo, podría ser destinado a los hijos de la hija de Aznar, o a los posibles hijos de los hijos de Botín, de Amancio Ortega, de cualquiera de nuestros ediles, diputados, senadores…). ¿No les provoca esta situación una risa más estruendosa que cualquier película de los Hermanos Marx?.

Pero no fue eso todo lo que idearon el equipo del siempre ocurrente Sr. Zapatero. ¿Recuerdan la rebaja de los 400 Euros en la Renta?. Ustedes saben que eso no beneficiaba a los mil euristas, ni a las clases medias, ni a los pobres de solemnidad… ¡Qué va!, esos ya tienen bastante con pensar cómo pueden sobrevivir hasta final de mes. Los beneficiarios eran señores como yo (que me defiendo económicamente), como usted o como el señor Botín, el señor Amancio Ortega o cualquiera de nuestros ediles, diputados, senadores y…, hasta sindicalistas.

Y todo esto se lo digo yo, precisamente yo, un votante socialista, un desengañado de la política socialista, un beneficiado de la política socialista. ¿Qué les queda por hacer al Partido Popular?, poco, muy poco… y si no, me lo dirán con el paso del tiempo.

FELIZ AÑO, o al menos, MENOS INFELIZ QUE ESTE 2010.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Historia de un profesor amante del jamón


Hoy no pensaba escribir en mi blog porque no deseo cansar a mis lectores (si es que realmente existe alguno) con mis elucubraciones, pero una noticia en la prensa me ha producido desasosiego, pavor, consternación y, ante todo, una sensación de impotencia que creo no superaré en mucho tiempo.

Titular de El País, edición de Andalucía: Un alumno musulmán denuncia a un profesor tras discutir sobre el jamón.

Titular de La Voz de Galicia: “Es ridículo”, afirma el profesor denunciado por hablar del jamón. Un alumno musulmán le pidió que cambiase de tema en clase porque le ofendía.

Titular de ABC: El profesor que habló del jamón “La denuncia es ridícula, insostenible y grotesca”. Responde el maestro de instituto denunciado por la madre de un alumno musulmán que consideró inapropiado hablar del jamón en clase.

(Mientras en el propio periódico leemos la noticia: El cineasta iraní Jafar Panahi ha sido condenado a seis años de prisión y se le ha prohibido hacer cine, escribir guiones o viajar el extranjero en los próximos 20 años, informó hoy su abogada, Faride Gheirat.
La abogada, citada por la agencia local iraní Isna, señaló que el director ha sido acusado de conspiración y propaganda contra el gobierno. Además de la pena de prisión, a Panahi se le ha prohibido realizar películas, escribir guiones, viajar al extranjero y dar entrevistas a medios de comunicación locales o extranjeros).

            Supongo que el niño musulmán en cuestión habrá dicho su comentario o advertencia de forma casual y posiblemente como una broma (aunque creo realmente que estos niños no tienen imaginación ni siquiera para gastar bromas), pero lo inaudito es que una madre normal haya hecho caso al comentario de su vástago, y más insólito que la policía haya perdido el tiempo en tramitar tamaña denuncia.

            ¿Se imaginan ustedes a uno de nuestros niños que en un colegio marroquí, argelino,… y ya no digamos yemení, iraní o saudita, cuando el profesor impusiera postrarse para rezar mirando a La Meca, le dijera que lo denunciaba por atentar contra su religión?. ¿Lo dilapidarían o simplemente lo condenarían a cadena perpetua?.

            Creo, una vez más, que somos los quijotes de occidente y esta nueva gente que ha llegado a nuestra tierra se permite toda clase de objeciones, provocaciones y violaciones de nuestras más elementales normas. Como diría uno de los chicos de hoy utilizando la manida frase “Es lo que hay”.
           


martes, 21 de diciembre de 2010

 
Voy a contar una anécdota que me ocurrió hace unos día y que me pareció, cuanto menos, muy sorprendente.

Los amigos de la infancia nos reunimos junto con nuestras mujeres, en una cena cuando se aproximan las tristes fiestas navideñas (digo triste porque para un gran número de familias el recuerdo de los seres queridos desaparecidos hace de estos días unas momentos de amargura  y profundo dolor). A lo que iba. Después de tocar infinidad de temas que, como siempre, abordaron problemas políticos, religiosos, chismorreos de actualidad  e infinidad de anécdotas, llegó el turno de hablar de la situación española ante la inmigración. Si era necesaria, si había demasiados inmigrantes, si los españoles habíamos hecho de la emigración nuestra forma de vida… Uno de los comensales, en un momento dado,  expresó sin ambages su condición de racista y, como siempre ocurre al escuchar esta expresión, el resto arremetió con inusitada vehemencia contra aquella postura tan inhumana, insolidaria y desprovista de la mínima caridad cristiana.

El susodicho, ni se inmutó y dejó arreciar el temporal de amistosos insultos y descalificaciones de lo más inverosímiles sin apenas pestañear. Cuando las aguas volvieron a su cauce, ya todos habíamos comido en abundancia, bebido en exceso y saboreábamos las primeras copas entre el brandy y el whisky al tiempo que nos disponíamos a degustar el aroma de un puro dominicano, nuestro amigo tomó las riendas de la conversación.

“Me habéis vituperado impunemente –dijo con sonrisa cariñosa- y creo que no tenéis razón. Ser racista es tan malo como puede ser el declararse republicano, o ateo, o hincha de un equipo de fútbol”.

Todos mostramos nuestra extrañeza y, aunque intentamos expresar nuestro desacuerdo, él prosiguió su disertación como si realmente estuviera pronunciando un discurso ante un auditorio hostil.

“Creo que no me he explicado lo suficientemente bien –dijo con sorna-. Un republicano no quiere matar ni fomentar el odio contra el rey, simplemente no le gusta esa forma de gobierno. Un ateo, no pretende quemar las iglesias con los sacerdotes dentro, ni comenzar una guerra contra el poder papal, solamente no asiste a los actos religiosos ni contribuye al sostenimiento de la Iglesia. Un racista como yo, ni pegará, ni matará, ni expulsará, ni explotará a un ser de distinta raza…, sencillamente preferirá no tener a esta persona entre su familia, escogerá a los de su misma raza como compañeros de trabajo y tendrá entre sus amigos exclusivamente a los que presenten el mismo color de piel y pertenezcan a su misma cultura. ¿Puede catalogarse esta actitud como ruin?”.

Para que no se haga excesivamente largo mi comentario, dejo aquí esta pequeña historia que pretendo continuar y concluir en la próxima semana. Gracias por leerme.