jueves, 3 de febrero de 2011

UN GRAN NEGOCIO PARA EMPRENDEDORES (JÓVENES Y NO TAN JÓVENES)

            Como sabéis, mi capacidad de asombro no tiene límites y hoy conversaremos sobre dos verdaderos “chollos” (empleando el lenguaje coloquial) a los que puedes acceder con algo de constancia, algo (muy poco) de trabajo, sin depender para nada de tu posible inteligencia y con una gran dosis de capacidad para asumir cualquier tipo de tropelías.

            Estos dos “chollos” son, siguiendo un orden de preferencia, la política y los sindicatos.

            La carrera política es la más interesante, y además la más gratificante económicamente hablando y asímismo aquella en la que menos tienes que perder. Debes de militar en una de las fuerzas políticas que tengan perspectivas de futuro (hoy en día, PP, pero mañana posiblemente PSOE. O cualquiera de las fuerzas políticas con implantación autonómica que tenga un mínimo de posibilidades). No esperes coger el toro por los cuernos desde el primer momento y conviértete en el felpudo de cualquier barón o preboste de la formación que has elegido: no cobrarás, serás como un subalterno dispuesto a realizar cualquier tipo de recado o trabajo y comenzarás a hablar siempre mal de tus adversarios políticos. Fíjate bien en la elección de un caballo ganador porque de lo contrario no sólo perderás tu oportunidad sino harás logrado que tu incipiente carrera se vaya al traste (recuerda el éxito en el caso de Zapatero, Pepe Blanco..., por el PSOE o el fracaso de Manuel Pimentel, Pizarro…, por el PP). No enseñes tus aspiraciones, pero no dejes de participar en cualquier evento (serás interventor en elecciones, llevarás a los candidatos en tu coche y, por supuesto, harás los oportunos regalos en onomásticas, Navidades o Fiestas patronales a tus eventuales jefes). No te importe ir de número “no elegible” en las elecciones municipales o autonómicas porque tu meta son las elecciones generales y cuando consigas un puesto electo habrás alcanzado el cenit de tu vida y comenzarás a rentabilizar tus años perdidos.
Para que siempre sepas adónde puedes llegar recuerda que no hay un solo político que haya dejado voluntariamente su escaño (todos tienen “la conciencia tranquila” ante cualquier anomalía cometida) y mira lo que acontece por volver a recuperar algo perdido: Álvarez Cascos y su amor por Asturias que le lleva a crear un nuevo partido, Bono que dejó la política por su familia pero volvió porque deseaba hacer algo más por su país, Caldera que después de decir hace un año que España necesitaba más inmigrantes y ser la risa de todo un país, regresa con reformas y nuevos bríos a la política activa, Aznar con el pensamiento puesto en ser aclamado para volver a dirigir y salvar a España, Antonio Gutiérrez que deja Comisiones Obreras para servir a los trabajadores desde un cómodo escaño,…
No te preocupes por tu futuro y si lo haces francamente mal, siempre tendrás un retiro en Bruselas o en una empresa semiestatal. Nunca pasarás hambre.

            Si decides coger el ámbito sindical, piensa que sólo tendrás un camino: nunca seas de los que has inventado el trabajo y muéstrate dispuesto a levantar la bandera sindical cuando se convoque cualquier tipo de manifestación que ni tú mismo llegas a comprender. Si quieres crecer con fuerza, forma parte de piquetes “informativos” y procura llevarte bien o muy bien con el poder (ya sea del PP, del PSOE o de cualquier partido autonómico). No necesitarás ni hablar, ni saber sobre historia o economía…, tú eres sindicalista de pro y recuerda que como premio a tu impagable labor, posiblemente termines en un partido de izquierdas ocupando un escaño (repetimos el caso de Antonio Gutiérrez en el Congreso de los Diputados o el de Ricardo Varela en el caso del Gobierno Autonómico gallego).

            Cuando disponga de tiempo y mi estado de ánimo me lo permita hablaré de mi experiencia personal en los dos casos: Como administrador de un partido político y como aspirante a sindicalista.

            Hasta otra ocasión.

jueves, 13 de enero de 2011

ANTROPOLOGÍA PURA

ANTROPOLOGÍA PURA

         Hoy me ha tocado visita al Servicio Nacional de la Seguridad Social, un servicio situado en un maravilloso edificio y atendido por unos educadísimos funcionarios (desde el que ocupa el puesto en la recepción hasta la señorita que amablemente atendió mi petición).

         Pero vayamos a lo que realmente nos importa. En el citado servicio me asignaron el número 63 y en el panel que determina la mesa a la que tienes que acudir figuraba en 44. Tuve tiempo para pasear, charlar y mirar atentamente a la gente que me rodeaba. Pues bien, delante de mí estaban 19 personas, distribuidas de la siguiente forma:
·        10 nacionales (digo nacionales en el sentido más amplio de la palabra).
·        3 magrebíes (realmente creo que eran tres marroquíes).
·        1 negro, negro (por lo que supongo era africano).
·        2 morenos, es decir con un color semejante al que tienen los veraneantes gallegos en Septiembre (por lo tanto, cubanos, venezolanos o colombianos).
·        3 pertenecientes a la etnia gitana (fácil de identificar porque el grupo estaba integrado por un hombre, una mujer y una prole infantil).

Es decir, casi el 50% de los demandantes del servicio eran extranjeros. Sonreí ante el descubrimiento y mi vecino de silla debió leer mi pensamiento porque se aprestó a decir: “No le de vueltas, la mitad de los funcionarios están al servicio de todos estos que no aportan más que gastos”. No contesté porque no deseaba que me tildaran de racista y volví a esbozar un gesto de asentimiento.

         Al salir del edificio público topé con dos amigos y juntos tomamos el típico café para mantener la característica conversación intrascendente y les comenté lo ocurrido. Uno de ellos, posiblemente el más simpático, me dijo si era capaz de distinguir a un inmigrante entre un grupo de gente y le contesté que posiblemente lo haría, aunque tuve mis dudas si el porcentaje de aciertos sería alto.

         Nunca te puedes equivocar si sigues estas pautas –me dijo cogiéndome del brazo y comenzando a hablar para los tres-. Guíate por lo siguiente:
·        De acuerdo con el color de la piel, la identificación es muy fácil: Si es negro como el betún, será africano; si es medio negro puede ser norteafricano o sudamericano; si es amarillo, por supuesto pertenece al continente asiático; si es de piel cobriza, puede ser magrebí o latinoamericano… No ofrecen dudas.
·        De acuerdo con su aspecto sólo pueden ser: asiáticos, por sus ojos rasgados y su cara plana como si hubieran tropezado con una inmensa sartén; africanos, sin posibilidad de error; magrebíes, delgados, con el pelo rizado y mirada entre amenazante y llena de desconfianza; sudamericanos, entre los que distinguirás varios especimenes: unos con la cabeza grande, cuerpo pequeño y cabellera extraordinariamente poblada, oriundos de Ecuador, Perú o Bolivia y el resto perteneciente al grupo de los chulos y con cara de no haber inventado el trabajo; e indios, afganos, pakistaníes…, con una eterna sonrisa que no sabes si es de amabilidad o de odio.
·        Si aún no estás totalmente convencido de su nacionalidad o continente, fíjate en su forma de vestir o hablar. Los asiáticos visten todos igual y no hablan, miran; los magrebíes parecen buscar algo en el suelo y semejan soltar eructos al hablar; los negros son como sombras; los indios o pakistaníes, sonríen con cara de bobos; los latinoamericanos, especialmente dominicanos, venezolanos y sobre todo colombianos, llevan una gorra de béisbol con la visera hacia atrás, unos pantalones grandes en los que parece que falta culo o sobra precisamente pantalón y piercings en las orejas, cejas, labios..., sin olvidar posiblemente las partes íntimas; y los argentinos y chilenos, hablan, hablan, hablan…, son todos ingenieros, psicólogos, arquitectos, médicos…, y todos sin excepción han llegado a España para contribuir a nuestro desenvolvimiento económico.
·        Y si después de todo esto, sigues manteniendo dudas, no te preocupes. Los inmigrantes llevan siempre una carpeta de plástico transparente llena de papeles y, en caso contrario, venden copias de discos o películas en cualquier calle.

¿Tiene algo de razón mi amigo?. No lo sé, pero a partir de hoy trataré de fijarme en las características por él enumeradas.


viernes, 31 de diciembre de 2010

Mi capacidad de asombro no tiene límites. Ayer, mirando la televisión escuché una noticia que me dejó impresionado: “Más de un millón de matrimonios han cobrado el cheque bebé desde la implantación de éste”. Es decir, traducido al román paladino, teniendo en cuenta que cada cheque-bebé supone 2.500 Euros, el Estado se ha gastado 2.500.000.000 millones de Euros (tal, como suena: DOS MIL QUINIENTOS MILLONES DE EUROS) y, por favor, no trate de traducir el Euro a Pesetas porque posiblemente no sabrá pronunciar tamaña cifra.

Si el pago que hemos soportado todos, es decir TODOS, a costa de pagar nuestros impuestos hubiera generado más riqueza, más igualdad o más satisfacción…, pues…, hasta podríamos entenderlo. ¡Pero no!, en la mayoría de los casos (una gran mayoría) ha ido destinado a inmigrantes que acreditaran su permanencia en España durante más de dos años (imagínense el número) y otra gran parte ha sido destinado a personas con carencia económica (como por ejemplo, podría ser destinado a los hijos de la hija de Aznar, o a los posibles hijos de los hijos de Botín, de Amancio Ortega, de cualquiera de nuestros ediles, diputados, senadores…). ¿No les provoca esta situación una risa más estruendosa que cualquier película de los Hermanos Marx?.

Pero no fue eso todo lo que idearon el equipo del siempre ocurrente Sr. Zapatero. ¿Recuerdan la rebaja de los 400 Euros en la Renta?. Ustedes saben que eso no beneficiaba a los mil euristas, ni a las clases medias, ni a los pobres de solemnidad… ¡Qué va!, esos ya tienen bastante con pensar cómo pueden sobrevivir hasta final de mes. Los beneficiarios eran señores como yo (que me defiendo económicamente), como usted o como el señor Botín, el señor Amancio Ortega o cualquiera de nuestros ediles, diputados, senadores y…, hasta sindicalistas.

Y todo esto se lo digo yo, precisamente yo, un votante socialista, un desengañado de la política socialista, un beneficiado de la política socialista. ¿Qué les queda por hacer al Partido Popular?, poco, muy poco… y si no, me lo dirán con el paso del tiempo.

FELIZ AÑO, o al menos, MENOS INFELIZ QUE ESTE 2010.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Historia de un profesor amante del jamón


Hoy no pensaba escribir en mi blog porque no deseo cansar a mis lectores (si es que realmente existe alguno) con mis elucubraciones, pero una noticia en la prensa me ha producido desasosiego, pavor, consternación y, ante todo, una sensación de impotencia que creo no superaré en mucho tiempo.

Titular de El País, edición de Andalucía: Un alumno musulmán denuncia a un profesor tras discutir sobre el jamón.

Titular de La Voz de Galicia: “Es ridículo”, afirma el profesor denunciado por hablar del jamón. Un alumno musulmán le pidió que cambiase de tema en clase porque le ofendía.

Titular de ABC: El profesor que habló del jamón “La denuncia es ridícula, insostenible y grotesca”. Responde el maestro de instituto denunciado por la madre de un alumno musulmán que consideró inapropiado hablar del jamón en clase.

(Mientras en el propio periódico leemos la noticia: El cineasta iraní Jafar Panahi ha sido condenado a seis años de prisión y se le ha prohibido hacer cine, escribir guiones o viajar el extranjero en los próximos 20 años, informó hoy su abogada, Faride Gheirat.
La abogada, citada por la agencia local iraní Isna, señaló que el director ha sido acusado de conspiración y propaganda contra el gobierno. Además de la pena de prisión, a Panahi se le ha prohibido realizar películas, escribir guiones, viajar al extranjero y dar entrevistas a medios de comunicación locales o extranjeros).

            Supongo que el niño musulmán en cuestión habrá dicho su comentario o advertencia de forma casual y posiblemente como una broma (aunque creo realmente que estos niños no tienen imaginación ni siquiera para gastar bromas), pero lo inaudito es que una madre normal haya hecho caso al comentario de su vástago, y más insólito que la policía haya perdido el tiempo en tramitar tamaña denuncia.

            ¿Se imaginan ustedes a uno de nuestros niños que en un colegio marroquí, argelino,… y ya no digamos yemení, iraní o saudita, cuando el profesor impusiera postrarse para rezar mirando a La Meca, le dijera que lo denunciaba por atentar contra su religión?. ¿Lo dilapidarían o simplemente lo condenarían a cadena perpetua?.

            Creo, una vez más, que somos los quijotes de occidente y esta nueva gente que ha llegado a nuestra tierra se permite toda clase de objeciones, provocaciones y violaciones de nuestras más elementales normas. Como diría uno de los chicos de hoy utilizando la manida frase “Es lo que hay”.
           


martes, 21 de diciembre de 2010

 
Voy a contar una anécdota que me ocurrió hace unos día y que me pareció, cuanto menos, muy sorprendente.

Los amigos de la infancia nos reunimos junto con nuestras mujeres, en una cena cuando se aproximan las tristes fiestas navideñas (digo triste porque para un gran número de familias el recuerdo de los seres queridos desaparecidos hace de estos días unas momentos de amargura  y profundo dolor). A lo que iba. Después de tocar infinidad de temas que, como siempre, abordaron problemas políticos, religiosos, chismorreos de actualidad  e infinidad de anécdotas, llegó el turno de hablar de la situación española ante la inmigración. Si era necesaria, si había demasiados inmigrantes, si los españoles habíamos hecho de la emigración nuestra forma de vida… Uno de los comensales, en un momento dado,  expresó sin ambages su condición de racista y, como siempre ocurre al escuchar esta expresión, el resto arremetió con inusitada vehemencia contra aquella postura tan inhumana, insolidaria y desprovista de la mínima caridad cristiana.

El susodicho, ni se inmutó y dejó arreciar el temporal de amistosos insultos y descalificaciones de lo más inverosímiles sin apenas pestañear. Cuando las aguas volvieron a su cauce, ya todos habíamos comido en abundancia, bebido en exceso y saboreábamos las primeras copas entre el brandy y el whisky al tiempo que nos disponíamos a degustar el aroma de un puro dominicano, nuestro amigo tomó las riendas de la conversación.

“Me habéis vituperado impunemente –dijo con sonrisa cariñosa- y creo que no tenéis razón. Ser racista es tan malo como puede ser el declararse republicano, o ateo, o hincha de un equipo de fútbol”.

Todos mostramos nuestra extrañeza y, aunque intentamos expresar nuestro desacuerdo, él prosiguió su disertación como si realmente estuviera pronunciando un discurso ante un auditorio hostil.

“Creo que no me he explicado lo suficientemente bien –dijo con sorna-. Un republicano no quiere matar ni fomentar el odio contra el rey, simplemente no le gusta esa forma de gobierno. Un ateo, no pretende quemar las iglesias con los sacerdotes dentro, ni comenzar una guerra contra el poder papal, solamente no asiste a los actos religiosos ni contribuye al sostenimiento de la Iglesia. Un racista como yo, ni pegará, ni matará, ni expulsará, ni explotará a un ser de distinta raza…, sencillamente preferirá no tener a esta persona entre su familia, escogerá a los de su misma raza como compañeros de trabajo y tendrá entre sus amigos exclusivamente a los que presenten el mismo color de piel y pertenezcan a su misma cultura. ¿Puede catalogarse esta actitud como ruin?”.

Para que no se haga excesivamente largo mi comentario, dejo aquí esta pequeña historia que pretendo continuar y concluir en la próxima semana. Gracias por leerme.

lunes, 29 de noviembre de 2010

MI PRIMERA VISITA AL HOSPITAL UNIVERSITARIO DE LUGO LUCUS AUGUSTI (HULA).


Hoy voy a comentaros algo sobre mi primera visita al HULA, el nuevo Hospital de Lugo, con motivo de asistir a una consulta de urología.

El Hospital de Lugo se encuentra en un inhóspito lugar, aproximadamente en el fin del mundo porque para los lucenses todo lo que se aparta más de un kilómetro del recinto amurallado es precisamente Finisterre, aquel lugar que, según la leyenda, constituía el final de la tierra y el comienzo de Mare Tenebrosum.

Es un recinto impresionante en su exterior y una vez traspasado el umbral de las puertas de entrada puedes quedar boquiabierto ante la asombrosa recepción, una sala que muy bien puede ser habilitada para futuros conciertos de San Froilán o para simples y vanos mítines políticos. Yo, como buen aldeano, me perdí y cuando me dijeron que tenía que acudir a la cuarta planta tomé las escaleras automáticas: la primera me dejó en un pequeño rellano que me daba acceso a una segunda escalera y ésta me dejó en otro rellano que para mí suponía estar en un segundo piso. Pero no, no señor, había subido cuatro pisos y me encontraba precisamente en el cuarto. Hacia un lado, me indicó una sonriente enfermera, estaba urología y hacia el otro, oftalmología.

Me senté delante de la puerta que se identificaba con el número 405 y comencé a pensar. Nunca me gustaron los médicos, pero dentro de estos el nombre de urólogo y la urología me producían sarpullido con sólo escuchar su nombre. La verdad es que no entendía muy bien para qué había ido al hospital y menos para qué estaba delante de la consulta de un galeno especialista en las partes más delicadas dentro de los atributos masculinos, pero mi mujer, profesional de la medicina, había dicho que debía realizar unas pruebas y yo nunca me niego a nada de lo que me ordenan.

Al poco rato de llegar, una agradable enfermera, de pelo rubio y de edad juvenil, mencionó mi apellido y con la mayor diligencia entré en la consulta y me puse delante de un médico con rostro seductor que me llamó por mi nombre. Tras una serie de preguntas como si orinaba bien, si sangraba, si tenía dolores…, me indicó que debería hacer una exploración.

-¡Cielos!, dije tratando de traducir el exabrupto que lancé en mi interior, al tiempo que los colores comenzaban a fluir en mi cara. Si se trataba de explorar en ciertos lugares supondría la mayor de las humillaciones sufridas a los largo de mi vida.
-¿Me quito los zapatos? – dije tratando de comenzar una conversación-.
-¡No!, no hace falta –sonrió el médico-, no voy a revisarte o curarte los pies… ¡Bájate los pantalones y los gallumbos!.
-¿Aquí? –abrí los brazos al tiempo de dirigir la mirada hacia la enfermera que se encontraba a mi lado-
-No te preocupes, estamos acostumbrados –terció el especialista en urología-.
Me pareció la situación más horrible por la que he pasado. Pensé que nunca había sido exhibicionista, ni siquiera en mis mejores tiempos, si es que han existido algunos buenos tiempos. Además, uno tiene su virtud, escondida, pero la tiene desde la más tierna infancia.
Traté de afrontar la situación bajando únicamente los pantalones hasta la rodilla, pero la enfermera insistió gentilmente que debería bajarme todo.
-¿Todo? – al no recibir respuesta, di por sentado que eso era precisamente lo que debía hacer.
Me indicaron que debía tumbarme en una camilla y allí surgió el dilema: me pongo mirando hacia el techo, culo hacia abajo, o mirando hacia la camilla, culo hacia arriba. La imagen de mi cuerpo sería desagradable de las dos maneras, pero opté por la segunda aún a costa de enseñar lo más preciado de mi cuerpo ante los ojos de una graciosa dama, simplemente por una ingenua seguridad.

De repente, vi llegar al urólogo, ponerse unos guantes, coger un tubo del que hizo salir una viscosa pasta, decirme que no me haría daño… y, desde ese instante a dilapidar la virginidad fue cuestión de segundos. Había perdido mi bien más preciado en la postura más degradante de mi existencia.

Con los ojos bajos, como si quisiera ocultar mi vergüenza, puse mi ropa y me senté ante la mesa del médico. Me dice que me ha palpado, algo que yo había notado sin hacer ningún alarde de inteligencia, que en principio no tenía nada pero que precisaba dejar pasar algún tiempo para una nueva consulta y conocer la evolución.

No sé si volveré pero juro ante ese Dios que existe para un gran número de personas que mis partes, mis pequeños o grandes atributos no serán expuestos una vez más ante miradas ajenas y extrañas. Porque en el fondo de cada cual existe un corazoncito que no puede resistir afrentas contra la dignidad o el amor propio.

jueves, 25 de noviembre de 2010

UNA MAÑANA COMPLICADA

Hoy me toca hablar de funcionarios, dejando claro que los hay buenos (unos pocos), menos buenos (algunos), malos (bastantes) y deleznables (una minoría).

He tenido que hacer la transferencia de una motocicleta y me he ido a la Delegación de Tráfico donde una amable señorita me dio una serie de papeles diciéndome que debería ir al Edificio Administrativo de la Xunta de Lugo para pagar las Tasas correspondientes.

Me dirigí a ese conglomerado frío y desangelado donde pululan miles de empleados distribuidos en cubículos que tratan de aislarlos del numeroso público, una vez allí cojo el correspondiente número y, al llegar mi turno, me acerco al mostrador correspondiente. Saludo y la señorita que debe atenderme no contesta (posiblemente no sea su tipo), le indico que no tengo ni idea del trámite que debo hacer y sin levantar la vista me dice que ella no está allí para informar; en ese momento le llaman por teléfono, abandona su lugar y se dirige a una mesa cercana donde permanece con el teléfono en la oreja durante doce minutos (tomados por mi reloj). En ese tiempo me dedico a mirar a mí alrededor y fijo la vista en  una mujer de unos cincuenta años que, con los brazos cruzados, habla parsimoniosamente con un hombre sentado tras una mesa.

La señorita vuelve, me mira despectivamente y me indica que coja un cuaderno que está en el mostrador, que lo lea y luego que pague. Solamente tengo tiempo de sonreírme y decirle amablemente. “Señorita, no va a llegar a mayor y posiblemente se quedará sola”. Balbuceó una frase ininteligible y siguió buscando algo en la pantalla del ordenador sin concederme importancia (espero no encontrármela nunca ni en el cielo ni en el infierno, si es que los hay).

Gracias al empleado de la oficina de la Caixa de Galicia allí instalada, conocido por mi profesión, consigo un impreso, cubrirlo (nada fácil para un lego) y llevar mis documentos a fotocopiar a una tienda cercana.

En esta operación transcurrió media hora aproximadamente y con los deberes hechos nuevamente regreso al edificio de la Xunta, tomo mi número y mientras espero compruebo que la señora/señorita cincuentona sigue con los brazos cruzados (como si de una estatua de piedra se tratara) hablando con su compañero que permanece impasible sentado ante la mesa. Han pasado aproximadamente tres cuartos de hora y la escena es la misma.

Cuando llega mi turno, me recibe la “encantadora” funcionaria, me mira con odio, revisa uno por uno mis papeles y con sonrisa malvada me dice que falta una firma. Juro interiormente y durante unos segundos pienso si cogerla por el cuello y sacrificarla (conseguiría una víctima y que se decretara un día de luto oficial) o poner una denuncia que sé no va a servir para nada (el responsable de turno la tirará en la papelera más cercana haciendo alarde de su habilidad baloncestística).

Salgo nuevamente, regreso otra vez y en esta ocasión Dios fue benigno al evitar que la execrable empleada estuviera en su lugar (posiblemente se había ido a tomar un café que espero la deje indispuesta para el resto de la jornada). No hubo más problemas.

En la Delegación de Tráfico una amable señorita, joven agraciada y sonriente me atendió como a un humano.

¡Dios salve al país!.