jueves, 25 de noviembre de 2010

UNA MAÑANA COMPLICADA

Hoy me toca hablar de funcionarios, dejando claro que los hay buenos (unos pocos), menos buenos (algunos), malos (bastantes) y deleznables (una minoría).

He tenido que hacer la transferencia de una motocicleta y me he ido a la Delegación de Tráfico donde una amable señorita me dio una serie de papeles diciéndome que debería ir al Edificio Administrativo de la Xunta de Lugo para pagar las Tasas correspondientes.

Me dirigí a ese conglomerado frío y desangelado donde pululan miles de empleados distribuidos en cubículos que tratan de aislarlos del numeroso público, una vez allí cojo el correspondiente número y, al llegar mi turno, me acerco al mostrador correspondiente. Saludo y la señorita que debe atenderme no contesta (posiblemente no sea su tipo), le indico que no tengo ni idea del trámite que debo hacer y sin levantar la vista me dice que ella no está allí para informar; en ese momento le llaman por teléfono, abandona su lugar y se dirige a una mesa cercana donde permanece con el teléfono en la oreja durante doce minutos (tomados por mi reloj). En ese tiempo me dedico a mirar a mí alrededor y fijo la vista en  una mujer de unos cincuenta años que, con los brazos cruzados, habla parsimoniosamente con un hombre sentado tras una mesa.

La señorita vuelve, me mira despectivamente y me indica que coja un cuaderno que está en el mostrador, que lo lea y luego que pague. Solamente tengo tiempo de sonreírme y decirle amablemente. “Señorita, no va a llegar a mayor y posiblemente se quedará sola”. Balbuceó una frase ininteligible y siguió buscando algo en la pantalla del ordenador sin concederme importancia (espero no encontrármela nunca ni en el cielo ni en el infierno, si es que los hay).

Gracias al empleado de la oficina de la Caixa de Galicia allí instalada, conocido por mi profesión, consigo un impreso, cubrirlo (nada fácil para un lego) y llevar mis documentos a fotocopiar a una tienda cercana.

En esta operación transcurrió media hora aproximadamente y con los deberes hechos nuevamente regreso al edificio de la Xunta, tomo mi número y mientras espero compruebo que la señora/señorita cincuentona sigue con los brazos cruzados (como si de una estatua de piedra se tratara) hablando con su compañero que permanece impasible sentado ante la mesa. Han pasado aproximadamente tres cuartos de hora y la escena es la misma.

Cuando llega mi turno, me recibe la “encantadora” funcionaria, me mira con odio, revisa uno por uno mis papeles y con sonrisa malvada me dice que falta una firma. Juro interiormente y durante unos segundos pienso si cogerla por el cuello y sacrificarla (conseguiría una víctima y que se decretara un día de luto oficial) o poner una denuncia que sé no va a servir para nada (el responsable de turno la tirará en la papelera más cercana haciendo alarde de su habilidad baloncestística).

Salgo nuevamente, regreso otra vez y en esta ocasión Dios fue benigno al evitar que la execrable empleada estuviera en su lugar (posiblemente se había ido a tomar un café que espero la deje indispuesta para el resto de la jornada). No hubo más problemas.

En la Delegación de Tráfico una amable señorita, joven agraciada y sonriente me atendió como a un humano.

¡Dios salve al país!.

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