martes, 21 de diciembre de 2010

 
Voy a contar una anécdota que me ocurrió hace unos día y que me pareció, cuanto menos, muy sorprendente.

Los amigos de la infancia nos reunimos junto con nuestras mujeres, en una cena cuando se aproximan las tristes fiestas navideñas (digo triste porque para un gran número de familias el recuerdo de los seres queridos desaparecidos hace de estos días unas momentos de amargura  y profundo dolor). A lo que iba. Después de tocar infinidad de temas que, como siempre, abordaron problemas políticos, religiosos, chismorreos de actualidad  e infinidad de anécdotas, llegó el turno de hablar de la situación española ante la inmigración. Si era necesaria, si había demasiados inmigrantes, si los españoles habíamos hecho de la emigración nuestra forma de vida… Uno de los comensales, en un momento dado,  expresó sin ambages su condición de racista y, como siempre ocurre al escuchar esta expresión, el resto arremetió con inusitada vehemencia contra aquella postura tan inhumana, insolidaria y desprovista de la mínima caridad cristiana.

El susodicho, ni se inmutó y dejó arreciar el temporal de amistosos insultos y descalificaciones de lo más inverosímiles sin apenas pestañear. Cuando las aguas volvieron a su cauce, ya todos habíamos comido en abundancia, bebido en exceso y saboreábamos las primeras copas entre el brandy y el whisky al tiempo que nos disponíamos a degustar el aroma de un puro dominicano, nuestro amigo tomó las riendas de la conversación.

“Me habéis vituperado impunemente –dijo con sonrisa cariñosa- y creo que no tenéis razón. Ser racista es tan malo como puede ser el declararse republicano, o ateo, o hincha de un equipo de fútbol”.

Todos mostramos nuestra extrañeza y, aunque intentamos expresar nuestro desacuerdo, él prosiguió su disertación como si realmente estuviera pronunciando un discurso ante un auditorio hostil.

“Creo que no me he explicado lo suficientemente bien –dijo con sorna-. Un republicano no quiere matar ni fomentar el odio contra el rey, simplemente no le gusta esa forma de gobierno. Un ateo, no pretende quemar las iglesias con los sacerdotes dentro, ni comenzar una guerra contra el poder papal, solamente no asiste a los actos religiosos ni contribuye al sostenimiento de la Iglesia. Un racista como yo, ni pegará, ni matará, ni expulsará, ni explotará a un ser de distinta raza…, sencillamente preferirá no tener a esta persona entre su familia, escogerá a los de su misma raza como compañeros de trabajo y tendrá entre sus amigos exclusivamente a los que presenten el mismo color de piel y pertenezcan a su misma cultura. ¿Puede catalogarse esta actitud como ruin?”.

Para que no se haga excesivamente largo mi comentario, dejo aquí esta pequeña historia que pretendo continuar y concluir en la próxima semana. Gracias por leerme.

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