miércoles, 10 de noviembre de 2010

UNA PELIGROSA E IMPREVISIBLE VISITA A IKEA

            El pasado viernes mi mujer y mi hija me convencieron para viajar a Coruña y visitar las nuevas instalaciones de IKEA, era un desplazamiento, según sus propias palabras,  para ver de primera mano como era el mundo del gigante sueco de la decoración, el menaje, el mueble moderno…
Me costó decidirme porque en lo más hondo de mi consciencia nunca han tenido cabida los lugares en los que la aglomeración y el ruido forman un conglomerado difícil de digerir. Pero como nunca o casi nunca dejo de complacer a mis eternas acompañantes accedí, aunque con la condición expresa de pasar exclusivamente un período no superior a los quince minutos en los inmensos locales.
Encontrar IKEA en Coruña no es fácil y mucho menos para una persona nacida en el Faramello para quien una población superior a los cien mil habitantes ya constituye una megalópolis. Te sientas al volante de tu coche, tomas la autovía y más tarde la autopista, te dices a ti mismo que en una hora estarás en el gran local comercial… Sí, sí… Llegas a la entrada de Coruña y tratas de entrar en la Avenida de Alfonso Molina con cuidado, soportando los pitidos de los coches que tienes detrás y con el miedo de no saber muy bien en que carril debes situarte. Tu hija te indica a la derecha, tu mujer insinúa que debes ubicarte a la izquierda y tú por mantener contentas a ambas te colocas en el carril central, pero cuando intentas salir ya no puedes. Te pierdes, preguntas y todo el mundo te indica que es sumamente fácil “Carretera de Carballo y al final un puente…”. ¡Allá vamos!: Carretera de Carballo, indicadores señalando los grandes almacenes y cuando ya has pasado la rotonda veinte veces, ves un enorme edificio azul, escondido entre otras construcciones y te lanzas hacia él como si de un kamikaze se tratara.
¡He llegado!, comentas orgulloso. Son las diez y media de la mañana y antes de las once ya habré salido, piensas sin dar voz a tu pensamiento. El parking todavía está vacío y tus acompañantes te dicen que las diversas plantas del aparcamiento están diferenciadas por colores. ¡La he armado!, soy daltónico por naturaleza y lo que mejor distingo desde siempre es el negro y el blanco.
Todos contentos, al menos en apariencia, comenzamos el recorrido que los propietarios han marcado previamente. Muebles de comedor, dormitorios de mayores, dormitorios de jóvenes, dormitorios de niños, muebles de cocina, cocinas, alfombras, flores, cestos… Es un sin vivir. Mis mujeres se paran en todo y parece que todo les gusta. Deciden comprar una mesa y unas sillas para la cocina y yo les digo que no caben en el carro que me han asignado a la entrada, pero ellas sonríen y dicen que todo eso lo hay que recoger abajo, que está todo reducido a pequeños embalajes que tú vas a montar de forma sencilla y lo único que tienes que hacer es apuntar en un papel un código y un color. Más tarde se encariñan por una alfombra, un juego de copas de vino, otro juego de copas de agua, unas banquetas, bombillas de todas las formas y colores, cortinas, edredones… Creo que hemos llenado más de dos hojas de anotaciones.
A medida que pasan los minutos la gente se agolpa, corren los niños, y todo el mundo decide postrase en una cama para probar los colchones o sentarse en los sillones para comprobar la elasticidad o subirse a una escalera para otear el horizonte. Se suceden los empujones como si solamente hubiera un producto de cada cosa y fuera imprescindible arrebatárselo al contrario. Un matrimonio mayor intenta colocar una cama entera en el carro y sólo las explicaciones de uno de los escasos empleados les convencen de que IKEA no funciona de esa manera tan primitiva.
Mi mujer y mi hija rivalizan en jovialidad y en entusiasmo. Son las trece horas y yo ya no puedo tirar del carro y casi no consigo mover las piernas. Debemos comer algo y acepto con la mejor de las sonrisas. Al llegar al pseudo restaurante veo una cola de personas, mayor que la que puede haber en el Estadio Bernabeu en un partido del Real Madrid-Barcelona el primer día de venta de entradas. Pregunto ingenuamente qué hace aquella multitud y mi hija me indica que van a comer. Cogemos nuestra bandeja y después de una hora de espera mi hija me indica que pida unas albóndigas, que siempre me han gustado y que además son muy baratas. Cojo las albóndigas, puedo pillar las que quiera y el precio no es barato sino irrisorio. Pretendemos buscar una mesa con tres sillas y ese es otro gran problema: la gente no sólo intenta hacerse con la primera que quede libre, sino que en momentos se producen conversaciones subidas de tono, empujones y hasta amenazas. Al fin una mesa libre, llena de papeles y restos de comida, pero libre. Puedo decir sin temor a exagerar que las espléndidas albóndigas son tantas como incomibles y puedo asegurar que si alguna vez le llevo a mi querido perro del Faramello una de estas minúsculas bolas de carne posiblemente no vuelva a mirarme a la cara.
Cuando mi queridas damas me dicen que la jornada está terminada respiro hondo y sonrío. Peo no, ¡qué va!, la jornada acaba de empezar. Tenemos que ir a unas grandes estanterías y buscar lo que hemos anotado y damos vueltas y más vueltas porque cuando encontramos la referencia no coincide el color y, al revés. El carro se llena de cajas grandes, medianas y pequeñas que transportamos difícilmente hacia una de las cajas en las que una aséptica dependienta va pasando por la máquina de turno.
Una vez satisfecha la cuenta pretendemos dirigirnos al sótano para retirar nuestro coche. Si usted me está leyendo le aconsejo, como amigo, que se informe por dónde y cómo tiene que ir porque conseguir acertar a la primera es más difícil que lograr matrícula en la Escuela de Caminos.
Pero no ha terminado su tormento. ¿Creía Vd. Que podría dar con el coche a la primera?. Usted estará situado en el color correspondiente, en mi caso gracias a mi familia, pero ante la inmensidad del aparcamiento si no ha tenido la perspicacia de quedarse con la letra o con la situación se pasará un gran rato encontrando su pobre y abandonado coche. Y cuando lo encuentre, trate de meter lo comprado dentro del habitáculo del turismo. Le cuento: la mesa no cabía en el maletero y tuve que incrustarla en el asiento trasero rompiendo una parte de la tapicería, las sillas no podían acoparse en el asiento y a duras penas entraban en el maletero, los platos, alfombra y demás tuvieron que ser esparcidos en cualquier lugar de mi pobre coche.
Final. Si usted ha visto alguna vez un coche de gitanos transportando quincalla, no es nada parecido a la imagen que ofrecía mi Volvo: yo, conduciendo; mi mujer, en el asiento delantero rodeada de cajas y con una parte de la alfombra que le tapaba la cara; y mi hija, acostada encima de la caja que supuestamente lleva la mesa de la cocina.
Esto es IKEA y posiblemente dentro de unos días les diré cómo se monta todo aquello que compré a buen precio, pero debidamente desmontado.

6 comentarios:

  1. ¡Ah!, las catedrales de la nueva creencia capitalista… Los rituales son imprescindibles en toda religión que se precie y el de iniciación comienza con el esfuerzo por encontrar el lugar de culto. ¿O crees que no podían señalizar mejor la localización? Ellos quieren emular a los antiguos cristianos en las catacumbas. El catecismo se transforma en manual de instrucciones, e incluso venden albóndigas y pescado ahumado (los mercaderes en el templo).

    Me alegra que ahora seas uno de los nuestros.

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  2. Dios como anda el patio, catedrales, catecismo, catacumbas....a vosotros se os fue la mano con las albondigas. Ikea es el paraiso del.....recien hipoetcado como yoooooooooo

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  3. Los desheredados y aquellos que vendieron su alma al diablo bancario serán los primeros ...

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  4. Pagaría por ver el coche pasando por Ramón Ferreiro.

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  5. Desde hoy me hago fan total por todas las risas que me has hecho pasar jajajajaj un hueco como monologuista en el club de la comedia!!! bravooooooo

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  6. No tengo el placer de conocerle pero desde aquí me hermano con su situación que he vivido más veces de las que quisiera y sin duda el momento final de "trate de introducir los muebles en el coche como sea" es insuperable. Supongo que los suecos tienen enormes furgonetas o grandes todoterrenos. El caso es que han creado un buen laberinto para ratones del que (y esto lo he probado científicamente) es imposible salir en 15 minutos :)

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